El ‘karma’, lo propio, lo justo, como corría por las redes sociales es que, a la vuelta de sus vacaciones en Asturias, simulando que lo hacían obligados por el miedo a que les pasara algo a sus hijos, Pablo Iglesias e Irene Montero se hubieran encontrado ‘okupado’ su lujoso chalet de la sierra madrileña.
No ha sido así. No había en el interior de la mansión zarrapastrosos de esos que ellos promocionan disfrutando de la piscina , la antena parabólica y los sillones.
Lo que se ha encontrado el matrimonio que manda en Podemos es a un grupo de ciudadanos con banderas españolas protestando en la puerta.
En las inmediaciones, para ser exactos, porque las dos docenas de agentes de la Guardia Civil que ha desplegado allí el ministro Grande Marlaska, para intentar desactivar la protesta, no permiten acercarse ni siquiera a la valla del jardín.
En cualquier caso, Iglesias y Montero se han topado en la entrada de su vivienda con una nueva protesta en forma de sonora y multitudinaria cacerolada, algo ya habitual en esa explanada en los últimos meses.
Para intentar desactivarlos y a la vista que ni las multas , probablemente ilegales, ni la presión de los uniformados, ni las amenazas oficiales o las denuncias pueden con los que protestan, desde Podemos habían movilizado -al estilo de los piqueteros argentinos- unos cuantos militantes con caretas incluso de sus jefes e instrucciones de jugar a la contra con carteles del tipo "Irene y Pablo, fuerza, no os dejaremos solos".
De poco les ha servido. Se han impuesto con claridad, como no podía ser de otra manera, los ‘habituales’, pertrechados con cacerolas, cucharas y banderas de España.
El acoso ya es permanente. Le están dando a Iglesias y su muejer ministra los el vicepresidente del Gobierno y líder de Unidas Podemos, calificaba hace apenas un año como ‘jarabe democrático´ y cada día con innovaciones.